Cuando dejé la práctica del baloncesto comencé a correr con
el propósito de seguir manteniéndome medianamente en forma. Al principio fueron
carreras de 5/10 km y después 21 Km. Había realizado varias medias maratones y
sentía que mi reto no estaba en recorrer esa distancia en el menor tiempo
posible, me atraía la idea de correr larga distancia. Cambié rutinas de
entrenamiento, horas de entrenamiento e incluso alimentación para ir preparando
el cuerpo para distancias que superarían los 42 km de la maratón.
A día de hoy ya he podido finalizar 2 carreras de 100 km y 5 de 50 Km.
El objeto que me lleva a escribir sobre este tema no es
tanto hablar sobre mi historia deportiva sino sobre el poderoso aprendizaje que
el deporte individual en general y el de las carreras de larga distancia en
particular me ha aportado para desenvolverme en la vida personal y profesional.
Cuando uno afronta una prueba de largo recorrido sabe que va
a tener momentos maravillosos en los que se va a disfrutar con el deporte, de los
paisajes, de la compañía, donde el objetivo de llegar a la meta y de haber
completado todos los kilómetros son un motivador aliciente para avanzar. Por
otra parte también sabemos que habrá muchos momentos donde tocará sufrir física
y mentalmente, momentos donde dolerán las piernas y puede que hasta aparezcan
los tirones musculares. También sabemos que la cabeza cuestionará en más de una
ocasión si lo que se está haciendo tiene sentido, si ese sufrimiento merece la
pena.
Cuando el camino se empina y cuesta dar el siguiente paso,
cuando el calor aprieta y la fuerzas flaquean, cuando un tirón te ha hecho
parar y estás estirando, cuando la cabeza te dice una y otra vez que lo que
estás haciendo no tiene sentido y no merece la pena continuar, cuando te
planteas echar pie a tierra y parar ese sufrimiento físico y mental es cuando
tienes que tener la cabeza más fría. Cuando esto sucede, cuando pienso que no
puedo dar un paso más es cuando intento coger distancia para no permitir que mi
mente tome las riendas sobre las decisiones. Son en esos momentos cuando pienso
en el día que tomé la decisión de participar en carreras de larga distancia, en
la ilusión y la motivación con la que afrontaba su preparación, las horas
dedicadas al entrenamiento y el sacrificio personal y sobre todo familiar que
supuso. Visualizas como será conseguir el objetivo y te ves entrando en la
meta, piensas en todo ello y que por todo ello debes levantarte y dar un paso
más, no abandonar y sobre todo que debes intentarlo porque te lo debes a ti y a
tu familia. Tomas aire, te levantas y continúas, sabiendo que tendrás más altos
y bajos durante el camino pero que el objetivo está más cerca.
Cuando finalmente cruzas la línea de llegada las sensaciones
que se experimentan no pueden ser descritas fácilmente. Sabes que ese día te
has superado una vez más, has demostrado que eres capaz de cumplir con lo que
te propones y has vencido a la adversidad reforzando la autoestima. Has sido
fiel a tu objetivo, no has abandonado, has sido disciplinado y honesto. Ese día
eres un poco más fuerte, no solo has llegado a la meta, le has ganado la
partida a la mente.
Si quitáramos la connotación deportiva y la sustituyéramos por
nuestra vida personal o profesional la historia sería la misma y los resortes
aplicados similares. Nuestra vida tanto personal como profesional es una
carrera de larga distancia, sabemos que en el camino hay momentos estupendos
donde nos encontramos cargados de energía y motivación, rodeados de gente
maravillosa, donde la ilusión por iniciar nuevos proyectos aporta un aliciente
a nuestro día a día. También sabemos que hay otros días donde nos duele la cabeza,
el cuerpo y hasta el alma, momentos en los que la adversidad nos golpea, donde
las cosas se complican y no encontramos fruto a nuestro esfuerzo ni sentido a
lo que nos sucede. Entonces surgen dudas, la cabeza nos pregunta si tiene
sentido lo que estamos haciendo e incluso nos planteamos abandonar, echar pie a
tierra dejando que la mente nos venza dando una patada a nuestra autoestima.
Cuando esto sucede es cuando tenemos que coger la distancia
que hacía mención anteriormente, parar y reflexionar. Hay que creer en los
objetivos propuestos, en nuestra visión, no se puede permitir que un
contratiempo dé al traste con nuestros propósitos e ilusiones y abandonemos a
las primeras de cambio. Cuando más se complica una situación es cuando más
tenemos que confiar en nosotros, confiar que merece la pena intentarlo una vez
más, continuar con constancia, siendo disciplinados, perseverando en nuestro
propósito. El tiempo nos demostrará que si continuamos en el camino, no
desfallecemos y no echamos pie a tierra merecerá la pena, nos hará más fuerte y
conseguiremos todo lo que nos hayamos propuesto.
El deporte individual me ha hecho ser disciplinado y
constante, me ha enseñado lo que es el sufrimiento, la superación y los
beneficios de aplicar la cultura del esfuerzo, he aprendido a planificar y
gestionar el tiempo, fijar objetivos y conseguir metas,… En definitiva, he
aprendido valores, principios y habilidades que no me han enseñado en la
universidad o en la escuela de negocios.
Creo firmemente en esta filosofía de vida y en las ventajas
físicas y mentales que aporta el deporte en general con independencia de la
disciplina que se practique, y sobre todo creo en la capacidad que tiene para
transmitir valores, principios y habilidades que difícilmente aprenderemos en
otro lugar. Esta filosofía la he aplicado cada vez que he tenido ocasión de
dirigir equipos deportivos, cuando he tenido oportunidad de dar charlas a
padres y en el día a día con mi equipo de trabajo. Estoy convencido de los
resultados positivos que de manera personal y colectiva podemos obtener.
Os animo a practicar deporte y a disfrutar de la vida. Why Not Try?.
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